1 de septiembre es sinónimo de vida, actividad. Los trenes ya no hacen horario de sábado entre semana, el metro vuelve a circular cada minuto y medio, el bus no transita en horario festivo, las tiendas vuelven a abrir, igual que las peluquerías, los mercados y hasta alguna que otra biblioteca que se ha tomado el agosto libre. La calle vuelve a estar llena de gente a las ocho de la mañana, y desierta a las doce de la noche. Puedes volver a pasear por las calles céntricas una tarde cualquiera sin verte retenido por una oleada de gente, desaparecen los rubios de ojos azules y piel quemada y no vuelver a oír hablar inglés más que en casos puntuales. Todo vuelve a la rutina, como si nada hubiera pasado, dejando atrás un cúmulo de experiencias vividas en poco tiempo pero muy intensamente, y no sólo tú, tu alrededor, sean o no sean desconocidos, también. El chico del metro, el kioskero, las mujeres que pasan en dirección contraria a la tuya, el hombre que espera a que el semáforo se ponga en verde, a tu lado...
Ya no eres el extranjero que vaga por otra ciudad perdido con el miedo de no encontrar tu destino a la vez que fascinado por las maravillas de esa ciudad, o el autóctono que intenta ligar con las alemanas veinteañeras que han venido a pasar dos semanas a tu ciudad. Vuelves a ser el tipo de corbata, serio y responsable, el de café a las ocho en el bar de la esquina y el del menú de ocho euros a las dos y media en el restaurante de enfrente la oficina. El del metro abarrotado a las siete y media de la mañana y el del cansancio al llegar a casa doce horas después.
1 de septiembre es sinónimo de rutina, pero también es sinónimo de saber que sigues acumulando experiencias, y vida, mucha vida.
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1 comentario:
ah fruta.. escribí en una entrada re vieja
pero fijate, somos humo!
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