Creí creer algo que no era cierto pero que me daba cierta estabilidad, que al fin y al cabo es lo que cuenta últimamente en este mundo, pero las mentiras siempre se acaban sabiendo.
Después, creí creer que no me afectaba, pero las mentiras siempre se acaban sabiendo.
Hace poco, creí creer que quizás era el momento de fingir que nada ha pasado, pero las mentiras se acaban sabiendo.
Finalmente, dejé de creer, porque vi que las mentiras siempre se acaban sabiendo, y mi tipo de mentiras pueden no afectar a nadie del exterior, pero son una bomba más hacia mi cuerpo y mi mente.
He dejado de creer, de dudar, de soñar y de confiar. He dejado de vivir, he dejado de ser una substancia existente, con sus saltos, sus palabras, sus andares y sus risas.
Soy un cuerpo ausente con una alma presente. Una alma atormentada, que sigue viva, sumida en una plena amargura, sin ganas de continuar, sin un cuerpo con el que poder expresar todo lo que siente y teniendo la certeza que seguramente nunca lo podrá hacer.
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