Llámale mal día, llámale bache, llámale nostálgia, llámale día rojo, ... en fin, llámale como quieras, pero ahí está. Tienes ganas de hacer desaparecer a todo habitante de la faz de la tierra porque te molestan, porque sabes que no le puedes justificar a nadie tu mal humor, o tu tristeza, o tus ganas de simplemente hacer que no existes, o en su defecto, que ellos no existen. Ya no existe en tus pensamientos todos esos buenos recuerdos y buenas sensaciones, en definitiva, good bye good vibrations (almenos por unas horas o unos días). No hay nada bueno, o en su defecto siempre tiene algo que falla. Te pones melancólica. Nostálgica. Tonta. Desentierras de toda tu música una colección de canciones acústicas la cual más deprimente y, no hace falta olvidar, la discografía de viejas glorias dejadas atrás junto con tu preadolescencia. Y no es que sea lo que más de gusto te viene escuchar en este momento, sino que es lo único que puede disimular todo aquello que tienes encima, aunque sabes que es totalmente contraproduente y te hace sentir peor, pero a estas alturas, ¿qué más da? Ni el mejor chiste de la historia, ni la mejor canción del mundo, ni siquiera la persona que más quieres te puede animar. Los problemillas que tenías, tienes y siempre has tenido se ensanchan, augmentan de tamaño y hasta se multiplican. Y que le haremos, te sientes miserable, y sola, y sólo quieres que este día se acabe, aunque no sabes que es peor, estarte lamentando en este estado o tenerte que afrontar con la misma cama de siempre, vacía y fría, es decir, el lugar perfecto para lamentarte todavía más, y, seguramente, el lugar idóneo para acabar llorando.
Llámale mal día, pero a mi el mal día me ha sobrepasado.
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