lunes, 21 de febrero de 2011

Hateful

Odio la gente. Quiero decir, realmente me molesta su existencia. Quizá suena cruel e incongruente, y bastante radical, porque no admitirlo. Quizá la palabra no es odiar, pero no porque el sentimiento en sí no sea fuerte (que lo es), sino porque no es el sentimiento adecuado. Pero es que éste no existe, si més no, no lo conozco ni lo he vivido, así que el más parecido, con el que creo que puedo comparar mejor, con el que mejor puedo expresarme, es el odio.
Total, que odio a la gente. Cierto es que no odio a todo el mundo, sino "sólo" a la gente en general: eso excluye a los conocidos y amigos que no me caen mal. Eso incluye a los conocidos y amigos que me caen mal y, por defecto, a toda persona desconocida.
Voy por el metro, y la gente me molesta, les odio. ¿Porqué tienen esa cara? ¿Porqué no se duchan? ¿Porqué ocupan dos asientos? ¿Porqué llevan ropa tan vieja? ¿Porqué se ponen en medio?
Salgo del metro, y la gente me molesta, les odio. ¿Porqué van cogidos de la mano pero llevan cara de asco? ¿Porqué llevan esos tacones que tanto ruido hacen? ¿Porqué gritan si son sólo las 8 de la mañana?
Llego a clase, y la gente me molesta, les odio.

Doctor, ¿es grave?

martes, 15 de febrero de 2011

Half Light

No tenía rumbo fijo, sólo andaba por la ciudad, como tantas veces. La diferencia yacía en el hecho que era un día soleado, por las calles había actividad y era mañana. Y no estaba triste. Aún así, continué caminando, disfrutando del día, de las vistas, de la vida, y es que a veces, sólo te necesitas a ti mismo, sólo necesitas estar solo para poder encontrar aquello más esencial, aquello más puro, aquello que, en fin y al cabo, te hace feliz.
Pero yo todavía no lo sabía.
Podría intentar recordar el paseo, las calles exactas por las que pasé. Podría explicar que vi, con quien me topé. Pero creo que no hace falta, que, por una vez en mi vida, iré al grano: estaba paseando por la acera cuando, de repente, entre el montón de gente que iban hacía la otra dirección y por la otra banda de la acera, lo vi. Y fue una iluminación, literalmente hablando. Aquellos ojos claros, aquel pelo rubio y brillante, aquella piel tan blanca y su estatura, junto a su extrema delgadez (que no enfermiza delgadez) formaban una luz que mi mente captó entre todo aquel bullicio. No lo conocía de nada, pero sabía que lo debía conocer. No lo había visto nunca, pero sabía que lo encontraría.
Nuestras miradas se cruzaron, y vimos nuestras vidas, conjuntas. Vimos nuestras vidas, separadas, por última vez solas. No sé cuanto duró esa mirada, ese estado de complicidad, de fusión, de muerte en vida. Lo único que sé es que el corazón llegó a latir tan rápido que se paró.

Y me desperté. Eran las 5:53 horas del primer día del segundo cuatrimestre en la universidad. Todavía me quedaban dos horas y media de sueño, así que las aproveché. El chico no ha vuelto a aparecer.