Hoy por la mañana, mientras veía como cada día mi vida pasar por el autobús, he intentado aclarar mis sentimientos hacia las personas de mi alrededor, es decir, he intentado encontrar a alguien a quien no odie. Y el resultado ha sido arrevatador se mire por donde se mire: odio a todo el mundo, y no se salva nadie. En mi interior, sólo existen personas imperfectas a las cuales odiar, y además con argumentos de peso: no se hace cargo de su propia vida, me da rábia el tono de voz que hace servir cuando habla con un desconocido, no soporto sus constantes gritos... Acto seguido, pasaríamos a los efectos personales: me ha marcado la infancia negativamente, hace que dependa de él o ella, siempre soy yo la que tengo que estar pendiente, me está amargando la adolescencia...
Odio a todo el mundo. Tengo una facilidad innata para ver lo peor de cada persona y me odio a mi misma. No pretendo hacer ni mucho menos apologia de la autocompasión, más que nada porque es una de las cosas que más odio en este mundo, y teniendo en cuenta que parto de la base de odiar todo aquello que exista, sea persona, animal, objeto, sentimiento o cosa, ya es decir. Sólo intento entender porqué, cuándo llegué a este punto. Al punto de molestarme hasta el aire que respiro, al punto de desear que las personas de mi alrededor desaparezcan por un tiempo, o más bien, yo desaparecer, al punto de preguntarme porque vivimos, porque, sinceramente, con tanto odio, ya se me ha olvidado la razón de vivir.
Lo peor de todo es que todavía tengo el morro de llorar por las noches porque duermo sola y echo de menos al supuesto responsable de mis sueños y hipotéticas espéctativas en cuanto a la vida, o buscar un abrazo de alguien a quien culpo de mi estado de amargura.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario