domingo, 25 de julio de 2010

Fake Plastic Trees (I)

Era una noche como otra, una noche más de fiesta un martes en la ciudad condal. Era joven, igual que lo sigo siendo ahora: estaba allí por puro interés. Nunca he sido de discotecas, pero con 24 años y soltera, los lugares así son una fuente de sexo seguro, y en ese momento más que nunca lo necesitaba, no en el sentido adictivo, sino como terapia. Una terapia que llevaba provando desde hacia un año y que, siendo sinceros, no daba resultado. Aún así, seguía con mis planes, y en ese preciso instante apareció ante mi el candidato perfecto para que mi terapia surgiera algo de efecto. Allí, delante mío, estaba Alex, mi amor platónico de la adolescencia. Por sus dos besos y el inicio de conversación por parte suya, parecía ser que se acordaba de mi, igual que yo de él, buen comenzamiento. Hablamos lo poco que se puede hablar en una sala llena de gente y música, rememoramos viejos tiempos entre gritos y señas y culminamos el proceso de sedución gracias a la oportuna reproducción de una vieja canción de Sex Pistols, grupo gracias al cual nos conocimos. Con las últimas notas de God Save The Queen acabando de sonar nos encontrabamos cruzando la sala en dirección a los lavabos para llevar a cabo la parte principal de la terapia. Es increíble como en menos de 3 metros cuadrados se puede concentrar tanto placer, calor y tanta masa humana. Tuvimos sexo y no estuvo nada mal. La verdad es que la satisfacción de haber podido hacer sucumbir a un hombre al cual tenias como imposible e inalcanzable hacia años te hace sentir poderosa, si además, es de los que grita tu nombre cuando está llegando al orgasmo y poco antes ha suplicado sin apenas aliento que le dejaras follarte, la autoestima se eleva hasta las nubes. La parte mala de esta terapia es el final de la parte principal: intenté mostrarme presentable y salir del lavabo de hombres sin ser vista y a cierta distancia del individuo con el cual acababa de compartir fluídos para poder perderlo de vista a la mínima que pudiera cuando, de repente, oí su voz. Intenté salir e irme pero no podía moverme: sabia que era él. Alex optó por salir primero y decirme que me esperaria fuera, yo opté por tranquilizarme e intentar salir, pensando que eran imaginaciones mías, pero efectivamente, no lo eran. Allí estaba él, de pie, submergido en sus pensamientos y esperando a su amigo de siempre. Intenté huír sin que me viera ya que, aunque llevaba más de medio año ensayando qué decirle cuando me lo encontrara, mi mente estaba totalmente en blanco y mi cuerpo no parecia reaccionar muy bien. Pero me vió. Me vió, se me quedó mirando con cara de sorprendido y me saludó. Me preguntó con cara perpleja que hacia allí, en el lavabo de chicos, pero rápidamente se dio cuenta él mismo de la respuesta y dejó la pregunta a medias. Empezamos a hablar con prudencia, todavía con sorpresa y con distancia, mucha distancia. Apareció David, su amigo, y, al verme, sólo supo abrazarme y preguntarme eufóricamente como me iba la vida y entre otras preguntas banales de ese tipo, hasta que se dió cuenta de la cierta incongruencia, o más bien, del hecho que yo, una chica, estuviera hablando tranquilamente en un lavabo de chicos, un martes por la noche. Nos invitó a tomar algo y a seguir hablando sobre nuestras respectivas vidas, ya que hacia mucho que nos habiamos dispersado y no teniamos noticias recientes de cada uno.

(Continuará)

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