martes, 25 de noviembre de 2008

Cosas.

Cosas bonitas, cosas feas. Cosas grandes, cosas pequeñas.
Pero también cosas medianas, bonitas para algunos y feas para otros.
Cosas como un pañuelo verde, o mejor, como un trozo de chocolate.
También cositas de esas que te hacen llorar, o bien reir a carcajada limpia.
Cosas que te emocionan, que nunca puedes olvidar, o simplemente porque las sientes, aunque sea una canción o una simple imagen.
Después estan las cosas que te olvidas porque no tienen importancia pero no sabes porque te reaparecen en la mente al cabo de un tiempo y te das cuentas que tampoco eran cualquier tonteria, o sí.
Cosas como días de color rosa, verdes o azules en su defecto, acompañados de momentos grises, blancos casi negros y no nos olvidemos del color carne, por dios.
Cosas cuadradas o redondas, aunque hay quien las prefiere de triangulitos, que encajan en todos los rincones, muy práctico para vidas apretujadas.
Y como no, las cosas que creen que no son cosas. Esas cosas que huyen de su trabajo o se creen muy rebeldes por decir que no lo son. Pero al final siguen siendo cosas.

Cada cosa tiene su dueño, o su momento.
-Señor mire usted, que le quiero cambiar la cosa redonda por una cosa verde.
-Muy bien como quiera a mi ya me va bien.
Y las cosas dejan de ser de un dueño, pero siempre estarán ahí, porque eso sí, las cosas son (quizás con el como, quizás no) como la energia: ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.

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