sábado, 15 de enero de 2011

Cuestiones de Familia (I)

Lola nació un caluroso verano allá por el 1966. Sus padres, Lola y Francisco, la engendraron la primera noche que pasaron en su pequeño piso alquilado en Magdeburg, Alemania. Francisco, trabajador convencido y socialista de corazón, emigró a la tierra prometida vistas las pocas probabilidades de éxito en su pequeña aldea y, por qué no mencionarlo, por un pequeño encuentro con algún que otro Guardia Civil.
Después de dos semanas cruzando media Europa en burra, pasando sed, hambre y frío cual explorador descubriendo los fiordos noruegos pero sin suficiente abrigo y sin estar disfrutando de un viaje de placer, Francisco llegó a la tierra prometida, que en ese momento tomó el nombre propio de Magdeburg, aunque en ese momento el pobre Francisco no supiese ni pronunciarlo, ni apenas leerlo.
El día siguiente a su llegada, Francisco se levantó a las cinco para ser el primero en estar delante de la fábrica en la que su primo Antonio estuvo trabajando durante un año antes de emigrar esta vez a Suiza, ya que el amor de su vida nació y se crió en Berna. Pero esa es otra historia. Así, a las siete de la mañana, Francisco estrenaba su mono de trabajo y empezaba su primera jornada laboral en la fábrica de madera de Magdeburg. Y es que, si algo aprendió este buen hombre de los comunistas es que si querían o les gustaba algo, lo querían o, en su defecto, lo contrataban, en menos que pronuncias Stalingrado.
Después de trabajar doce horas al día, siete días a la semana, cuatro cientos cincuenta días, Francisco recaudó el dinero suficiente para poder regresar a su pequeña aldea natal en autobús, casarse con su amada Lola (que llevaba cuatro cientos sesenta y cinco días preparándose para la boda y contando los días que faltaban para que volviera su futuro marido), volver a la tierra prometida con su nueva esposa y alquilar un pequeño piso al lado de la bonita catedral de la ciudad.
En cuanto Lola (madre), que decir: una chica de veinte años que nunca había salido de su pequeña aldea y de repente se encontraba en la otra punta del continente, viviendo con el hombre al que quería, sí, pero al fin y al cabo, sin su madre, ni sus cuatro hermanos, ni sus conejos, ni sus gallinas, ¿qué iba a hacer? Lola sabía que aquello era una gran oportunidad, que ya tenía edad de casarse y debía encontrar algún trabajo porque la venda de ganado ya no daba para toda la familia, pero de eso a llevarla a un sitio extraño dónde hablaban extraño... se habían pasado. Menos mal que Francisco le consiguió un trabajo como cocinera en el bar de la casera del piso. A ella lo que le gustaba era cocinar: hacer guisos, carnes, pasteles, sopas, pescado, lo que fuese. Y además no necesitaba hablar alemán, o como le llamaba ella, ese idioma que debe doler al hablarlo.
A los cinco meses de llegar a la nueva tierra, y con el ánimo remontando, Lola se percató que había engordado un par de quilos y que hacía cinco meses que no tenía el periodo. Y en fin, a partir de aquí creo que ya os podéis hacer una idea: en ese momento Lola se dio cuenta de la existencia en su interior de Lola.
Una Lola alemana que nació un caluroso verano allá por el 1966.

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